Traigan aquí sus culpas y pecados, dolores y remordimientos.

Queremos sus llantos, odios, súplicas, rencores, venganzas.

Deseamos su furia sin contemplaciones ni restricciones morales.

Que sus inmundicias, peores secretos, recuerdos tortuosos son aquí transformados mediante catarsis en una redención divina...

viernes, 5 de octubre de 2007

Cena Romántica



Ya podrían ser las plumas del niño arquero menos negras, que ni aún así su puntería sería buena, porque no mira ni acierta nunca, salvo si le pones dos velas.

De todos es el más caprichoso, el maldito Eros, y como buen Hades puedo atestiguarlo: que andaba yo mirando las florecillas y las ninfas sobre el vientre de Gea, cuando apareció el muy malcriado y me hirió de mala manera. Así perdí yo la partida con Demencia, y acabé secuestrando a Perséfone en mi carro (un cuatro caballos negros), para bajar de cabeza a los Infiernos con ella a mi lado. Le dí a comer seis granos de granada, y lamió mis dedos deseosa de ser mi reina. Hasta aquí todo iba bien, que digo bien, iba a las mil maravillas, casi me daban ganas de cambiarle el nombre de Perséfone por el de Alicia. Pero su madre me hubiera matado.

Y sí, de hecho, casi me mata cuando se enteró de que era yo quien tenía a su hija. ¿Cómo se enteró? Fácil: no le puse las dos velas de rigor a Cupidito el flechador. ¿Para qué, me pregunto yo? Si todo el mundo sabe que el fruto de la granada se come a oscuras, con los dedos manchados de su jugo, mordiéndose los labios y acariciando entre las piernas. Pero al señorito angelito no le bastaba: quería dos velas. Y como no las puse para honrarle le fue con el cuento a su madre que estaba loca buscándola por ahí. Las suegras siempre jodiendo. O impidiendo que los demás jodamos. Porque si, Perséfone se fue con su madre.

De eso hará seis meses, y ahora me dice que quiere volver al Infierno. Que le gustó "lo de la granada", pero que lo repitamos con velas. Y yo, pues acepto, la invito. Pero ya no es lo mismo: la cena con las dos velas se vuelve ceremonial, desapasionada. Con cubiertos. Que qué tal con su madre, que si le he dado de comer a Cerbero, blabla. Y a veces aún me dan ganas de darle la granada con los dedos, acariciar sus labios rojos de fruta manchada y desvestir su cuerpo blanco de hibris y no se cuantos otros pecados griegos.

¿No es como para arrancarle una a una todas esas estúpidas plumas de la espalda?

4 comentarios:

Megera dijo...

De ese pendejito malcriado no se salvan ni los dioses. Y cuánto daño hace el malnacido por el asuntillo de las velas...

Viole dijo...

Ufff! fuerte lo que he leído...
que quieres que te diga, me sorprende cada día la lectura

pescador dijo...

gracias por la invitacion a maldecir,
vendre cuando sea necesario... de espada vengativa,
y si se salpican de sangre, no es mi culpa ...
se los adverti...

Anónimo dijo...

Me apunto inmediantamente, ese desgraciado me debe unas cuantas.

Saludos chico.